viernes, 15 de noviembre de 2013

No es fácil rodear, no es fácil la felicidad.

Hay muchas cosas que pueden hacerme feliz. Y algunas de ellas con las cosas más absurdas que me puedo imaginar. Me hace feliz despertarme, escuchar como llueve, y que no tenga que levantarme de la cama para nada. También me hace feliz hacerme una taza de chocolate caliente nada más llegar del ensayo de teatro y terminar un buen comentario para entregar al día siguiente. Me hiela la sangre que me haga feliz ver como los demás viven su vida en todo su esplendor y yo ser una simple observadora. Me encanta que haga frío y poder ponerme gorros, bufandas, fulares o guantes. Me gusta que me haga feliz la felicidad ajena. Me hace feliz la soledad en silencio, y el silencio en soledad, que son dos cosas diferentes aunque para explicarlo da para una entrada. Me gusta cantar aunque no sepa hacerlo, gritar los versos y susurrar los coros. Me gusta recorrer esa distancia nocturna entre un campus y el otro hasta llegar a mi casa y quedarme a medio camino entre este mundo y las tierras de Morfeo. Me gusta escribir mis apuntes a mano y que no se entiendan, que estén desordenados aunque en realidad sólo yo puedo descifrar ese orden. Me gusta que mi firma no sea idéntica cada vez que la hago, que mi pelo haga lo que le da la gana y que la línea del ojo cada día me salga peor. 
Son esas cosas absurdas que te gustan las que marcan la diferencia entre tu y los demás. Es normal que a alguien le guste la música o leer, pasear o jugar online. Pero que te guste y te haga feliz simplemente el olor de la lluvia, la sonrisa de una pareja nonagenaria, y los papeles que vuelan por la calle son las mariposas que vuelan libres dentro de cada uno de nosotros, con miles de millones de colores diferentes, sin que ni uno solo se repita.