jueves, 15 de marzo de 2012

CHAPTER 1

Qué mas puedo decir de ti. No hay más que decir.
Y no puedo evitar echarte de menos, a pesar del tiempo cada vez que te recuerdo te quiero más. Es algo tan estúpido, tan atroz, que duele.
Recuerdo la primera vez que te ví, allí sola, recostada contra aquel muro, con tu pelo trenzado en una gruesa trenza que caía encima de tu hombro. Mirabas a lo lejos, tus ojos empañados todavía por el sueño, tus auriculares verdes y tu chaqueta vaquera raída.
El autobus llegó y tú despertaste de tu sueño, parecías asustada cuando la gente empezó a moverse para subir al vehículo.
Todavía había sombras de la noche por las calles, las farolas encendidas arrancaban destellos rojos de tu pelo, la escasa luz de la luna pintaba de blanco tu tez pálida y el incipiente aroma de la lluvia se mezclaba con tu perfume.
Eras maravillosa. Mi princesa entre plebeyos. Mi pequeña hoja de acanto. Mi niña lunera.
Todos los días te veía llegar, te apoyabas en el muro de cemento lleno de graffitis, a veces movías los pies al son de la música que escuchabas, te toqueteabas el pelo que llevabas trenzado, recogido en una cola de caballo o en un moño desenfadado, bostezabas y te tapabas la boca en el último momento, suspirabas muy fuerte y mirabas el reloj de tu muñeca continuamente. Tus tics nerviosos eran la cosa más bella que había visto hasta el momento.
La primera vez que hablamos fue dos meses y tres días después de haberte conocido, porque yo ya te conocía de mucho antes, sabía que eras tierna, honesta, soñadora, inteligente, veraz...
Fue una mañana de otoño, llovía, las gotas eran finas e insistentes, empezaba a hacer frío, y llegaba tarde.
Recuerdo que salí de mi casa a las siete y media, había dejado a mi madre preparando el desayuno para el cerdo de su marido, llegaba muy tarde, tendría que ir corriendo para coger el autobus. Las calles estaban desiertas a esas horas, sólo se veía a algún gato mojado y esmirriado, algún repartidor de pescado y comestibles, eran horas demasiado intempestivas para los carteros. Pasé como una bala por la barbería de la esquina y me choqué contra algo, contra alguien más bien.
Se me cayó la mochila, un montón de papeles salieron volando, se quedaron pegados al suelo mojados y con la tinta corrida. En seguida te agachaste y comenzaste a recoger todo aquel lío mientras te disculpabas. Yo no podía creer que fueras tú, la chica que llevaba observando todo aquel tiempo, era increíble. Me agaché y te ayudé a recoger los papeles, no dije nada, te tenía así de cerca, con tu piel enrojecida de la carrera o de la vergüenza no sé muy bien, tus ojos estaban brillantes, oscuros por la poca luz, tus dedos me rozaron el dorso de la mano, estabas fría y tenías la piel muy suave. Eras perfecta.

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